3.2.12

Al Servicio Secreto de Su Majestad Británica

En 1979 John Irvin adaptaba para la pequeña pantalla en una serie de 7 capítulos Calderero, Sastre, Soldado, Espía, una novela de espionaje escrita por el inefable John Le Carré y protagonizada por George Smiley, un semi retirado miembro del Servicio Secreto británico al que se le encargaba la misión de descubrir la identidad de un “topo” infiltrado entre las altas filas de la institución. Un imponente Alec Guinnes fue el actor encargado de dar vida al mítico espía. Ahora, en El Topo, el realizador sueco Tomas Alfredson recurre al mismo material literario y le regala a Gary Oldman uno de los papeles de su vida, el del citado Smiley.

El Topo es un film austero, conciso y gélido. Y es que la propuesta de Alfredson hace gala de la misma y celebrada gelidez descriptiva y narrativa con la que afrontó su título anterior, el maravilloo Déjame Entrar. Huye del universo vampírico y se adentra en otro universo igual de oscuro y tétrico: el de los espías de carne y hueso, la antítesis del agente 007, los espías de verdad; aquellos que, al igual que un vampiro, sobreviven alimentándose de los secretos y la savia de quienes están en su mira telescópica.

Hace frente a la historia de forma pausada, sin prisas. Sitúa al espectador en los años setenta, en plena guerra fría, ante un grupo de personajes con aspecto de burócratas aburridos: espías solitarios, con sus dudas y temores a cuestas; espías de pasado y presente oscuro, muy oscuro. Una trouppe de trepas y de sospechosos ciertamente suculenta. Y ahí, en el centro, desde arriba y a cierta distancia del núcleo neurálgico, George Smiley moviendo los hilos necesarios para dejar al descubierto a un traidor que desde hace demasiado tiempo les está tocando las pelotas.

Gary Oldman, en la piel de Smiley, es todo un modelo de sobriedad. Tan contenido está el hombre que incluso no parece él. Huye de cualquier atisbo de ese histrionismo tan habitual en sus trabajos y se amolda de forma camaleónica al carácter silencioso y observador del personaje, siendo secundado a la perfección por una cuadrilla de actores a cual mejor, empezando por la profesionalidad de un envejecido John Hurt y terminando por la cínica y muy british interpretación de Colin Firth. el oscarizado rey tartaja

El universo soterrado y asfixiante de Le Carré retratado con la elegancia y la contención que se merece; una parsimonia descriptiva que tan sólo es rota en mínimas ocasiones por destellos de una violencia fugaz. Desertores, complots y agentes quemados y sin rumbo, forman el plato estrella del sabroso menú propuesto por Tomas Alfredson; un menú que se apoya en uno de los guiones más bien trazados (y sin cabos sueltos) del panorama actual. Una joya a tener en cuenta.

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