18.4.12

Nueva Orleans - Panamá

En el año 2008, el islandés Óskar Jónasson estrenó Reykjavik-Rotterdam, un film producido e interpretado por su compatriota Baltasar Kormákur que llegó a nuestras pantallas aprovechando el tirón comercial de la trilogía nórdica Millennium. El trabajo de Jónasson era un interesante thriller que, narrado a través de un prisma cercano al de la tragedia, contaba las aventuras de un contrabandista retirado que volvía a las andadas para salvar la deuda de su cuñado con un traficante de dogas.

Tentado por el cine norteamericano, Baltasar Kormákur ha decidido usurpar el lugar de su colega y, colocándose tras la cámara, ha puesto en marcha la maquinaria necesaria para pulir (o, mejor dicho, eliminar) los toques trágicos del film que protagonizara y enmascararlo lo suficiente para contentar a un público más dado a consumir palomitas que a descubrir las sutilezas siniestras y humanas que contenían su guión original.

A pesar de su maquillaje, no se trata de una mala película. Es, simple y llanamente, un film de acción al uso, entretenido y con un sinfín de giros en su haber. Puro mainstream, bien acabado y perfectamente planificado. Una especie de Missión Impossible, más terrenal aunque menos sofisticada, en donde su protagonista, un Mark Wahlberg repitiendo por enésima vez su rol habitual, se convierte en un héroe de acción, un tanto a desgana, al volver a trapichear desde el lado opuesto a la ley para echarle un capote al hermano de su esposa, un joven que se ve acosado por un narcotraficante tras perderle un importante cargamento de cocaína.

Las calles de Nueva Orleans, un viaje en barco, oscuros tejemanejes en el Canal de Panamá y una ingente cantidad de dólares falsificados, son algunos de los ingredientes de un cocktail explosivo que, a pesar de su vacuidad, no da tregua al espectador. Añádanle una mujer en peligro, contratiempos varios y un gran número de lances a superar, siempre a contrarreloj. No deja espacio para el aburrimiento, aunque sí, a posteriori, para intentar ligar cabos sueltos y la poca credibilidad de ciertos sucesos.

A parte de la dualidad moral que exhiben sus personajes principales, vale la pena destacar la tentadora belleza de la siempre interesante Kate Beckinsale (a quien le toca cargar con el episodio más truculento del film) y el cachondeo con el que Giovanni Ribisi crea a su malvado de turno, un villano de opereta empecinado en amargar la vida de Wahlberg y de sus familiares más allegados.

Un divertimento, sin pretensiones, al que no hay que buscarle demasiados peros.

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