6.6.12

Antiecología y previsibilidad

Durante unas tres décadas, el nombre del sueco Lasse Hallström ha ido ligado al cine de calidad. Títulos como Mi Vida Como Un Perro, Las Normas de la Casa de la Sidra o Chocolat han demostrado la elegancia del realizador a la hora de colocar la cámara y de contar historias universales, siempre lindantes con la ternura y la emotividad. Pero desde que hace un par de años estrenara Querido John, parece que al hombre se le ha subido la “simplicidad” a la cabeza y apueste por un tipo de cine mucho más fácil y vacío, tal y como le ha sucedido con La Pesca de Salmón en Yemen, su último film.

Lo que podría haber sido una excelente sátira política, social y ecológica, se convierte sencillamente en todo lo contario. Su prometedor y divertido arranque (muy del gusto de las viejas cintas de la Ealing Studios), potenciando la surrealista propuesta de acercar la pesca con mosca al Norte del Yemen, va perdiendo gas a medida que su argumento se decanta hacia otra vertiente de resolución más que previsible.

La historia de un adinerado jeque árabe que se ve políticamente respaldada por la oficina de prensa del Primer Ministro Británico para servir como cortina de humo a la mala imagen de su gobierno en Oriente Medio, no va más allá de la anécdota, pues la intención de Hallström estriba única y exclusivamente en centrar su atención en la historia de amor que vivirán dos de los personajes implicados: un alelado científico experto en piscicultura y la atractiva representante legal del jeque.

Ewan McGregor y Emily Blunt son los encargados de dar vida a esos dos seres que se verán tocados por la flecha de Cupido: el doctor Fred Jones y la eficiente Harriet Chetwode-Talbot. A pesar de la buena labor interpretativa de ambos, la película se ve altamente afectada por la falta de química, ya que entre ellos jamás se establece esa simbiosis necesaria para que una historia de amor (mínimamente interesante) funcione en pantalla.

Entre tanta ñoñería y edulcoramiento, por suerte no deja arrinconado del todo el chascarrillo sobre la introducción del salmón en el Yemen. De hecho, gracias a sus mínimas pinceladas sarcásticas y a la astracanada construcción que de la perversa política de turno hace una espléndida Kristin Scott Thomas, la cinta más o menos se va soportando. Pero juega tanto al límite con la alucinada idea salmonera que, finalmente, se le escapa de las manos y, lo que parecía todo un canto ecológico, se convierte en un peligroso alegato en contra de la naturaleza.

Hay ocasiones, como en este caso, en que me cuesta entender la popularidad que alcanzan ciertos títulos que no ofrecen nada nuevo al espectador. Más previsible y aburrida, imposible.

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