1.8.12

El murciélago trilero

Con El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace, Christopher Nolan pone punto final a la trilogía que, sobre el personaje de Batman, iniciara en el 2008. De nuevo, vuelve a plantear esa eterna dualidad entre el Bien y el Mal, y lo hace a través de un Bruce Wayne (alter ego de Batman) hastiado de su rol como justiciero de Gotham City; un Bruce Wayne cojitranco y sobre el que recaen buena parte de las críticas de políticos y ciudadanos por su posible implicación en la muerte de Harvey Dent, el que fuera fiscal general de la ciudad.

De nuevo, Gotham volverá a estar amenazada. Ahora se trata de un malvado, de nombre Bane y de rostro escondido tras una máscara ortopédica, quien decide borrarla del mapamundi. Y Batman, azuzado por sus propios fantasmas, se tendrá que poner de nuevo las pilas y plantar cara a la desesperada situación.

De Nolan siempre se ha dicho que se trata de un mago del cine, de un prestidigitador de la imagen y de la narración. Personalmente, viendo los numerosos agujeros negros e inmensas lagunas que se acumulan a lo largo de su abusivo metraje, me atrevería a afirmar que más que un ilusionista es un trilero de mucho cuidado. Engaña y manipula al público a su antojo y éste, desbordado por su brillante realización (que de eso sabe un mucho), aplaude a rabiar sus trucos (o mejor dicho, engaños) de feriante.

En El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace las cosas ocurren porque sí. La lógica poco le importa a un Nolan que se ha crecido hasta límites imparables. A él le encanta engañar, tomarle el pelo a las plateas y sentirse un AUTOR (así, con mayúsculas) capaz de entrar a saco en el cine comercial y palomitero. Así, con la cabeza bien alta, el tipo se monta uno de los finales más épicos de la última década y, al mismo tiempo, uno de los más truculentos en la historia del cine. Y es que (y a mí que me perdonen, pero alguien tenía que decirlo), esa escenita final con un espléndido Michael Caine en una terraza italiana, tiene delito.

Una cinta interminable, falsamente emotiva y en la que incluso, vistos los tiempos que corren, su realizador aprovecha para hacer una alusión al momento que estamos viviendo a través del vibrante asalto del villano Bane al edificio de la Bolsa de Gotham. Hay que explotarlo todo aunque, en el camino, se olvide de sacarle más provecho a una sorprendente y sensual Anne Hathaway en el papel de Selina Kyle, esa Catwoman a la que nunca se le llama por tal nombre a lo largo del metraje.

A pesar del acelerado ritmo, me aburrí como una ostra. De todos modos disfruté con la inteligente planificación de sus escenas de acción y, ante todo, con la presencia tentadora de la Hathaway y con las cuatro escenas contadas de un Michael Caine insuperable. El resto, pues eso: maniqueísmo, lagunas y engaños a mansalva. Ahora toca esperar a que se saque de la maga ese as que lleva marcado el nombre de Robin.

“¿Dónde está la bolita?”, susurra Christopher Nolan al respetable mientras mueve con agilidad tres vasos puestos boca abajo…

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