16.10.12

SITGES 2012: Jornada 3 (terremotos con pijillos, persecuciones amarillas, nazis lunáticos y psicópatas de mucho cuidado)

La tercera jornada, la del sábado 6 de octubre, empezó demasiado pronto, como casi cada día. A las 8:30 se proyectaba en el Auditorio Aftershock, la última película del chileno Nicolás López, el mismo que hace unos años tuvo un rifirrafe personal conmigo en el blog a raíz de un comentario mío sobre su nefasta Santos, cinta presentada igualmente en este Festival. La verdad es que el chico se ha esmerado un poco más en su nuevo título, pero tampoco crean que su leve mejoría es para celebrarla con un castillo de fuegos artificiales. Supongo que la presencia de Eli Roth (Hostel) en la producción, guión e interpretación ha influido muchísimo en tal nimia mejora. Y es que, antes de entrar en materia, se pasa 40 agotadores minutos de reloj (sin exagerar) mostrando los devaneos de un grupo de turistas pijos bailando y emborrachándose por locales nocturnos y discotecas de Valparaíso; tiempo más que suficiente como para acabar odiando a todos sus protagonistas, incluido a Eli Roth. Cuando el espectador ya está derrotado ante tanta gilipollez, un terremoto remueve las tripas de Valparaíso y pone a los jovenes borrachuzos en un brete. La ciudad es un infierno. Incluso un grupo de reclusos violentísimos, aprovechando el caos imperante, han logrado escapar de prisión. Aquí es justo cuando la cinta empieza a funcionar. Accidentes, decapitaciones, violaciones, cementerios derruidos… Todo muy burdo y casposo, aunque entretenido y siempre con el regusto de la serie B de antaño (tirando a zetosa). Limando asperezas y eliminando la paja acumulada al inicio, hasta tendría su gracia (aunque su final resulta de lo más previsible). A lo mejor, algún día, es posible que al López le salga un buen producto. Todo es cuestión de cruzar los dedos y encomendarnos a Tutatis.


Motorway fue otra de las propuestas del día. Una cinta de acción procedente de Hong Kong y producida por Johnny To. Su director, un tal Soi Cheang. La cosa va de un policía novato que, explotando su pericia al volante, se obsesiona en pillar a un quincorro especializado en conducir coches para otros y huir tras la ejecución de sus crímenes. La cinta, a pesar de contener un sinfín de trepidantes persecuciones automovilísticas y de estar filmada con un ritmo frenético, acaba aburriendo al más pintado. Viendo su primera media hora ya hay más que suficiente, pues no avanza hacia ningún lado y se me antoja absolutamente reiterativa. Díganme clásico, pero para persecuciones me sigo quedando con la de Bullit.



A media tarde fue presentada Iron Sky, una película financiada casi en su integridad por internautas y que fue recibida en el Auditorio con una gran expectación. Su temática, a priori, prometía una comedia gamberra y divertida: un grupo de nazis, que permanecen escondidos en la cara oculta de la luna desde finales de la Segunda Guerra Mundial, pretenden instaurar el IV Reich en la Tierra del año 2018. La verdad es que, a los pocos minutos de su proyección, todas las esperanzas se me fueron al garete. Un festival de chistes baratos y chabacanos, sumado a un sinfín de despropósitos narrativos, acabaron de alejarme por completo de la propuesta de su director, el finlandés Timo Vuorensola (lo de llamarse Timo debería haber sido premonitorio), un hombre al que, de forma un tanto torpe y en las escenas en las que intenta hacer paralelismos jocosos con la política actual, se le va un tanto la mano en sus numerosos acercamientos al Teléfono Rojo, ¿Volamos Hacia Moscú? de Kubrick. Lo único mínimamente gracioso -aunque por reiterativo, cansivo- es que el héroe protagonista sea un negro decolorado por un científico hitleriano.


Mucho más interesante resultó el último film del día, la revisión del Maniac de los años 80 que, con idéntico título, ha dirigido Franck Khalfoun. Producida por el propio William Lustig (el realizador del Maniac original) y Alexander Aja (todo un experto en urdir excelentes remakes de viejas cintas del fantástico), la película propone una visión distinta del asesino de mujeres que en su día interpretó el grandullón de Joe Spinell ya que, en esta ocasión, todo cuanto acontece en pantalla está filmado con cámara subjetiva, colocando así al espectador en el mismo punto de vista del criminal. Y no sólo cambia su estilo narrativo, sino que incluso se atreve a sustituir la corpulenta figura del psicópata original por la más esmirriada y bajita de un genial Elijah Wood, actor al que, en su mayor parte, sólo se le ve a través de espejos y cristales. A pesar de dichos cambios, el Maniac actual se muestra totalmente respetuoso con las intenciones y el argumento del primitivo, al que dedica un buen número de guiños. Asume a la perfección la vertiente gore y sanguinaria del primero aunque, en su estructura y guión, se muestra mucho más sólido y acorde con los tiempos actuales, atreviéndose, en varias ocasiones, a homenajear a Brian de Palma a través de algún que otro travelling, tal y como sucede en la escena en la que el trastornado personaje de Elijah Wood persigue y acosa a una mujer en los andenes y pasadizos del metro. De lo mejorcito del festival hasta el momento.


To be continued...

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