12.4.13

Empastillada

Un psiquiatra, sobrecargado de trabajo para poder mantener a su esposa y a su hijo, se hace cargo de una nueva paciente, una joven con tendencias suicidas y casada con un maromo que acaba de salir del talego tras cumplir cuatro años de condena por un delito fiscal.  En su tratamiento para paliar la depresión que arrastra, le administrará un nuevo fármaco sin tener en cuenta las graves contraindicaciones que contiene y que, debido a un hecho imprevisto y brutal, les llevará hasta los tribunales.

Este es el prometedor inicio del que podría ser el último film de Steven Soderbergh antes de despedirse de la realización cinematográfica. Efectos Secundarios es su título; un título que abriga varios matices: por un lado, una crítica (muy poco descarnada) a la industria farmacéutica, adentrándose en los conflictos éticos que ello conlleva a los profesionales de la medicina y, por el otro, ese giro que toma su trama, hacia mitad de su metraje, decantándose hacia el thriller puro y duro.

La cinta, que formaría parte de esa serie de films menores de los que se alimenta la irregular (aunque juguetona y arriesgada) filmografía del director, resulta más que correcta. Su primera parte, en la que se van modelando los elementos que conformarán todos los intríngulis de su historia, es inmejorable: atrapa al espectador y le mantiene enganchado a su magnético crescendo narrativo. El problema nace cuando rompe su línea argumental y sorprende al espectador con un cambio de rumbo un tanto rocambolesco, entrando en una dinámica totalmente distinta y artificiosa, pero no por ello desdeñable. De hecho, tiene su coña.


A Soderbergh le gusta romper y pillar a la platea en bragas. A veces, experimenta con los formatos y otras, como en esta ocasión, lo hace directamente con su guión. Rompe con su planteamiento inicial y, sin arrinconarlo del todo, decide abrir un nuevo frente que, para algunos, puede parecer un tanto forzado. La apuesta es un tanto temeraria pero, en el fondo, la película sigue funcionando, aunque sea a otro nivel.


Jude Law, en la piel del psiquiatra obsesionado por salvar su pellejo, está excelente, al igual que sucede con una madura, aún atractiva y misteriosa Catherine Zeta-Jones, mientras que Rooney Mara, correcta dando vida a la muchacha empastillada que comete un acto brutal bajo los efectos de los narcóticos, lucha –sin conseguirlo del todo- por librarse de su personaje más celebrado, el de la Lisbeth Salander del remake norteamericano de Millennium.


No se me pongan enfermos. Y si lo hacen, tengan muy en cuenta al doctor que les atienda y las contraindicaciones de los fármacos que les receten. Y más ahora, que la sanidad pública está bajo mínimos.

1 comentario:

El Señor Lechero dijo...

Película entretenida e interesante. Creo que más de uno se quedará con la copla de la interacción entre la Zeta-Jones y la raruna Rooney Mara.