5.11.13

Putos nazis de mierda

Con Hanna Arendt, la cineasta berlinesa Margarethe von Trotta plasma un periodo de cuatro años, de 1961 a 1965, en los que la prestigiosa escritora y filósofa judía Hannah Arendt, desde su exilio en Nueva York huyendo del terror nazi, cubrió y posteriormente opinó, de forma muy personal y controvertida, sobre el juicio llevado a cabo en Jerusalén a Adolf Eichmann, oficial del ejército alemán y uno de los máximos responsables de los campos de exterminio quien, tras ser detenido en Buenos Aires, fue trasladado a Israel para ser acusado de crímenes de guerra.

Un tema interesante que, ante todo, brilla por el excelente trabajo de Barbara Sukowa, la actriz que da vida a la librepensadora protagonista y que, como su título indica, se convierte en el eje principal del film. De hecho, más que un análisis sobre el sanguinario Eichmann (no interpretado por ningún actor, ya que sólo aparece en imágenes de archivo), se trata de una profunda radiografía de la literata y del raciocinio que la llevó a convertirse en una mujer criticada y vilipendiada por el pueblo judío; un pueblo incapaz de entender las reflexiones que dejó materializadas en su libro Eichmann En Jerusalén. Un Informe Sobre la Banalidad del Mal.


La cinta de von Trotta hace un descripción concisa y extensa del personaje de Arendt, tanto a nivel físico como intelectual, olvidándose con ello de darle un poco más de nervio y ritmo a su propuesta. De hecho, todo queda resumido en dibujar su compulsiva pasión por el tabaco y en desarrollar sus numerosas (y finalmente cansinas) discusiones filosóficas sobre el Bien y el Mal en compañía de su marido, su cerrado círculo de amigos y los responsables del The New York Times, periódico al que ofreció sus servicios para reportar el juicio de Eichmann.

Un film cargado de buenísimas intenciones pero que, sin embargo, acaba resultando un tanto farragoso y aburrido por culpa de su lento y reiterativo tratamiento.


Un enfoque muy distinto sobre el horror nazi y, en concreto, sobre el periodo en que el buscado (y jamás encontrado) Josef Mengele pasó en la Patagonia, es el que se da en El Médico Alemán. Dirigida por la argentina Lucía Puenzo, la cinta refleja los días en el que el denominado Ángel de la Muerte se alojó en el pequeño hotel de una familia del lugar y que, ansioso por seguir experimentando con los genes y el cuerpo humano al igual que hiciera en los campos de concentración, concentró toda su atención en la figura de una hija del matrimonio propietario del local: Lilith, una niña de doce años, demasiado pequeña para su edad, a la que con sus métodos se propuso hacerla crecer en un periodo mínimo de tiempo.


Una premisa ciertamente escalofriante, y más si se tiene en cuenta el falso halo de amabilidad y ternura que desprende el terrorífico Mengele a través de un portentoso Àlex Brendemühl, un actor capaz de meterse en la piel de personajes ciertamente turbios y sacar de ellos su lado más inquietante. Entre su enigmática presencia y la enfermiza atmósfera de misterio y suspense que desencadena la puesta en escena y el guión de la propia Puenzo, la película engancha y mantiene al espectador totalmente atento a su intrigante melodrama.


A todo ello, hay que añadirle la fuerza del sobrecogedor paralelismo que orquesta entre las mutilaciones practicadas por el inhumano Dr. Mengele y unas muñecas aterradoras que, dotadas de corazón propio, fabrica artesanalmente el padre de la pequeña Lilith (un correcto Diego Peretti), quien no acaba de creer del todo en la aparente bondad que muestra su nuevo huésped.


Un producto espeluznante y contundente que, al contrario de lo que le sucede al título de Margarethe von Trotta, se muestra totalmente capaz de ir al grano en todo momento. Quizás contenga menos peso intelectual pero, en contrapartida, posee mucha más chicha cinematográfica. Y es que, a los nazis, con los tiempos que corren, hay que seguir temiéndoles.

No hay comentarios: