23.2.14

El arte de salvar el arte


En su tercer trabajo como realizador, Ella Es El Partido, George Clooney intentó acercarse al espíritu de las comedias clásicas del viejo Hollywood, y el invento se quedó en una floja película sin ningún tipo de glamour. Ahora, con Monuments Men, urde un homenaje al cine bélico y de aventuras de toda la vida, desde Doce del Patíbulo a El Desafío de las Águilas pero, al igual que le sucedió con la citada Ella Es El Partido, se queda a mitad de camino en la mayoría de sus intenciones.

Monuments Men está basada en un episodio real sucedido durante la Segunda Guerra Mundial, justo cuando el nazismo empezaba a dar sus últimos coletazos y en Norteamérica, un hombre amante del arte y de la cultura universal, decidió formar una brigada especial para preservar cuantas obras de arte fueran posibles del expolio a que habían sido sometidas por el ejército nazi. En la vida real, se trató de un equipo formado por más de 300 expertos en el tema, mientras que en el film Clooney lo sintetiza en un minúsculo comando compuesto por siete especialistas sin ninguna experiencia en armas de fuego y demasiado mayores para estar en primera línea de fuego.


La cinta, loable por su defensa a ultranza de la cultura en todos sus aspectos, denota una falta de ritmo alarmante, sobre todo en su primera parte, aquella en la que el personaje de Frank Stokes (un George Clooney muy a lo Clark Gable) convence al presidente Roosevelt de lo importante de su misión y en donde inicia el reclutamiento de un flamante grupo compuesto por diversas autoridades en la materia, divagando, continuamente, entre la comedia y el melodrama sin decantarse definitivamente por ninguno de los dos estilos.


Su segunda mitad, justo después de una emboscada sufrida por dos de los Monuments Men, la cosa empieza a animarse un poco; sólo un poco. El cine propiamente bélico empieza a aparecer en pantalla, aunque siempre a cuentagotas y esforzándose en llenar sus diálogos de frases rimbombantes dispuestas (sin lograrlo) a convertirse en antológicas. Los títulos a los que pretende homenajear quedan a años luz de sus claras pretensiones. La acción es mínima, prácticamente inexistente, aunque potencia con ingenio el espíritu de camadería existente entre los integrantes de la cuadrilla, como si se tratara de una de las inmortales películas varoniles de Howard Hawks pues, de hecho, el único personaje femenino con cierta relevancia es el interpretado por una afrancesada Cate Blanchett, una mujer parisina que se vio obligada a trabajar directamente con los alemanes en la catalogación de las pinturas y esculturas embargadas.


Un producto más bien aburrido, sin ángel, del que sin embargo destacaría el buen hacer de todo su atractivo y lujoso plantel de actores (John Goodman, Matt Damon, Bill Murray, Bob Balaban y Jean Dujardin, entre otros) y, por encima de todo, la magnífica banda sonora compuesta por un inspiradísimo Alexander Desplat, capaz de trasladar al espectador con sus notas musicales hasta títulos tan emblemáticos del género como fueron El Puente Sobre el Río Kwai o La Gran Evasión. En definitiva, un quiero y no puedo que nunca acaba de arrancar a pesar de que, en su camino, asomen destellos de gran cine.

En 1965, sin hacer ninguna referencia directa a los Monuments Men, un artesano como John Frankenheimer tocó un tema similar, a través de un vibrante film de acción, con mejores resultados que los obtenidos por George Clooney. Se trataba de El Tren, una película de aventuras bélicas en donde Burt Lancaster interpretaba a un miembro de la resistencia francesa dispuesto a interceptar un tren que transportaba hacia Alemania valiosas obras de arte confiscadas por un oficial alemán. Eso sí que era CINE en mayúsculas.

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