11.11.14

De quincorro a estrella del rock


A sus 84 años (¡qué no es moco de pavo!), Clint Eastwood vuelve a ponerse tras la cámara para afrontar un film ligero y agradable que, en parte, rompe con el ritmo y la línea habitual de sus mejores trabajos. Jersey Boys es su título y, en él, se narra la historia de The Four Seasons, un cuarteto músico vocal  de rock que causó furor en la década de los 60 en los EE.UU. y que acabó deshaciéndose debido a las deudas de uno de sus miembros con Hacienda y la mismísima mafia.


Basada asimismo en una obra musical de Broadway, la mirada de Eastwood se centra, ante todo, en el personaje de Frankie Valli, el solista del grupo, haciendo especial hincapié en los inicios de éste y sus compañeros en el mundo del espectáculo; unos inicios que, a pesar de estar apadrinados por Gyp DeCarlo (genial Christopher Walken), uno de los capos mafiosos del barrio, le ayudaron a dejar atrás sus correrías delictivas por las calles de Newark, en su Nueva Jersey natal.


Influenciado, en su divertido prólogo, por el Scorsese de Uno de los Nuestros, la cinta da después un vuelco hacia derroteros más estandarizados pero, no por ello, menos interesantes. Salva con frescura y desparpajo los números musicales (o sea, la teatralización de los espectáculos en directo de The Four Seasons y sus peculiares coreografías) y perfila a la perfección el seguimiento y ascensión de Frankie Valli, así como las relaciones de éste con sus compañeros (en especial con Bob Gaudio y Tommy DeVito) y sus problemas familiares, aunque  por el camino se olvida de profundizar en ciertos temas (como el alcoholismo de la esposa de Valli) pareciendo rehuir, en parte, los aspectos más melodramáticos de la historia por los que pasa casi de puntillas.


Con la excepción del citado Christopher Walken, se ha rodeado de un grupo de actores no muy conocidos, de los que saca un provecho excelente y a los que, en la recta final, para demostrar el paso del tiempo, maquilla de forma patética (al igual que hiciera con Leonardo DiCaprio en J.Edgar), convirtiéndoles en una especie de muñecotes al más puro estilo del Spitting Image. Entre ese horrible maquillaje y el toque lacrimógenamente sensiblero de su recta final, la película trastabilla un poco, pero Eastwood es gato viejo y sabe enderezar la situación con número musical coral, todo un broche de oro al más puro estilo hollywoodiense, en el que todos los personajes que han intervenido en la misma, cantan y danzan a placer.

Un título menor dentro de la filmografía de su autor que, pese a contener ciertos altibajos narrativos y del aspecto de telefilme que amagan algunos de sus pasajes (y que intenta disimular con una brillante escenografía), se puede ver con total tranquilidad, al tiempo que se disfruta de la música de The Four Seasons. Nadie es perfecto, ni siquiera un clásico como Clint Eastwood quien, en un momento determinado de la cinta, aprovecha para hacer un auto homenaje (vía pantalla televisiva) de sus años mozos.


2 comentarios:

El Señor Lechero dijo...

Don Clint debería despedir al maquillador.

Anónimo dijo...

Me encantan las pelis de los 50-60, la música de esos años, los biopics, The Goodfellas, me suelen gustar bastante las pelis de Eastwood... y ésta me aburrió sobremanera. A la hora ya me dejó de importar lo que les pasaba a los personajes, que me resultaron carentes de chispa y carisma. El final con los personajes hablando a cámara uno a uno, me pareció odioso y cutre.
No la recomendaría en absoluto.